
El amor puesto a prueba
Apertura de la XV Jornada Anual a cargo de Daniel Millas, director de la EOL
El amor puesto a prueba
Daniel Millas
¿Por qué dedicar estas jornadas a las incidencias del amor en la experiencia analítica? Simplemente porque consideramos que nuestra práctica, es fundamentalmente, una clínica bajo transferencia. Si la operación analítica tiene una chance de incidir en el goce del síntoma, la misma dependerá de la posición que el analista asuma en la transferencia. De allí la responsabilidad tan especial que le concierne, en cuanto a las consecuencias de sus intervenciones.
Al comienzo de su práctica Freud creía en la curación por el saber. Pensaba que el analista podía mantenerse como un aliado del paciente en la búsqueda de un saber sobre el sentido oculto de los síntomas. Creía en la curación epistémica y el elemento transferencial se le presentaba poco evidente. Sin embargo no tardará demasiado tiempo en constatar a partir de los impasses que se le presentan en las curas, que el analista forma parte de la experiencia como un objeto libidinal privilegiado. Desde las interrupciones intempestivas, pasando por las explicitas demandas amorosas, hasta la patética Reacción Terapéutica Negativa, todo le indica la importancia de este nuevo objeto que es el analista.
Vemos entonces que entre 1912 y 1916 Freud no deja de trabajar y elaborar esta problemática. En 1913 articula la relación entre transferencia e interpretación, mostrando que la eficacia de la misma no es ajena a su emergencia. El paciente nos dirá “sufre por su no saber” ¿Pero de qué saber se trata? Nos advierte que a menudo la transferencia basta por si sola para eliminar el padecimiento por sus efectos de sugestión, pero solo es posible hablar de análisis si ha servido para vencer las resistencias y permitirle acceder al paciente a ese saber que le resultaba ajeno.
Vemos entonces esta articulación necesaria que se establece en la cura, entre el goce del síntoma, el amor de transferencia y la elaboración de saber.
En 1915 admite lisa y llanamente que la mayor dificultad del tratamiento analítico lo constituye el manejo de la transferencia. Ubica en un primer plano la dimensión del amor impuesto por la situación analítica y termina por interrogar las respuestas posibles ante esta encrucijada. Nos dirá que exhortar al paciente a sofocar lo pulsional, a la renuncia y a la sublimación, no será un obrar analítico, sino un obrar sin sentido. Sería como conjurar un espíritu del mundo subterráneo y luego enviarlo de nuevo sin preguntarle nada. Llamar a lo reprimido para reprimirlo de nuevo. Se pregunta también si se puede llamar auténtico a ese amor que deviene manifiesto en la cura y responde que si bien está provocado por la situación analítica y es usado por la resistencia, no se le puede negar su carácter genuino ya que finalmente todo amor es una reedición de reacciones infantiles.
Sin embargo, sitúa con claridad que la respuesta analítica no tiene ningún modelo en la vida cotidiana. Reconducir la demanda de amor hacia la elaboración de saber constituye una posición ética que va a marcar lo propio de la experiencia del análisis.
Reencontraremos esta posición en la última enseñanza de Lacan, cuando en 1973 en su texto “Introducción a la edición alemana de los escritos” afirma:
“Es por ello que la transferencia es amor, un sentimiento que adquiere allí una forma tan nueva que introduce en él la subversión, no porque sea menos ilusoria, sino porque se procura un partenaire que tiene posibilidad de responder, no es el caso en las otras formas. Vuelvo a poner en juego la buena suerte -bon–heur-, salvo que, esta posibilidad, esta vez viene de mí y yo debo proporcionarla”.
Lacan le otorga un lugar fundamental a la dimensión del amor en la cura, estableciendo en diferentes momentos de su enseñanza las relaciones entre el saber inconciente y el amor. Ya se trate de la función del “agalma” del seminario “La Transferencia”, del SsS del Seminario “Los cuatro conceptos fundamentales del Psicoanálisis”, o de la función especial que le asigna al amor en el Seminario “Aun” cunado afirma que el amor es lo único que puede establecer una mediación entre los S1 solos, es decir, entre el goce autoerótico y el Otro. Tenemos entonces una articulación precisa y determinante a partir de la cual se anudan el amor, el saber y el goce en la experiencia analítica.
Efectivamente, un análisis siempre comienza como una búsqueda acerca de la causa del sufrimiento que generan los síntomas. El paciente se presenta entonces en una posición primera de no saber y por el solo hecho de dirigirse al analista se introduce la dimensión de un saber supuesto. Un supuesto saber la causa de ese sufrimiento. Entonces la transferencia, constituye un traslado de ese no saber al Otro, en términos de suposición de saber.
Constatamos de este modo que amor y saber siguen el mismo camino. El neurótico admite su no saber, su falta y dirige su demanda de amor al Otro.
Como lo señaló en una oportunidad J.A.Miller, puede observarse también en la psicosis de qué manera amor y saber, van juntos. En la erotomanía se invierte el no saber en saber. El sujeto sabe lo que nadie sabe y por lo tanto en la medida que sabe, también tiene la certeza de que el Otro lo ama. En la erotomanía al igual que en la paranoia nos encontramos con esta inversión que requiere de una posición muy particular y delicada del analista en la dirección de la cura.
Asimismo, es en la psicosis donde podemos ubicar y logramos acceder a esta relación entre el goce, el amor y el saber de un modo explícito, con la condición que le imprime la certeza del sujeto. La certeza de ser amado.
Es alrededor de esta cuestión que Lacan interroga los determinantes de esa “erotomanía mortificante” de Schreber. ¿Qué clase de amor está en juego en esa relación divina con Dios? ¿Cuáles son las condiciones que le imprime a ese amor la estructura psicótica, teniendo en cuenta que se trata desde el comienzo, de la presencia intrusiva en el cuerpo de un goce que lo desborda?
Dice Lacan “Es posible para el psicótico una relación amorosa que lo suprime como sujeto, en tanto admite una heterogeneidad radical del Otro. Pero ese amor es también un amor muerto.”[1] Se trata de un testimonio en el que no hay lugar para un efecto de creación singular; porque el sujeto no tiene otra alternativa que aceptar ser la encarnación misma de la Verdad. Sin distancia ni dialéctica alguna; está condenado a una identificación plena con la Verdad. Se trata de un amor que alcanza una significación absoluta.
Diferente es el lugar del amor como suplencia en la neurosis. Aquí la verdad se encuentra velada por los semblantes del amor y lo que prevalece es la creencia. Por esta razón, el amor en la neurosis exige pruebas, ya que no hay una certeza que le brinde consistencia.
Hubo una época donde la exaltación del amor junto a la puesta a prueba de su verdad, hallaron una expresión particularmente refinada.
A finales del siglo XI, acontece un fenómeno inédito dentro de la literatura medieval. Se trata de la aparición de la lírica trovadoresca. Poetas dedicados a dar forma a un concepto nuevo del amor: el amor cortés. Creación de un verdadero culto, que lleva a la idealización extrema de la mujer elegida. Lo particular de esta relación amorosa es que la Dama se mantiene como un ser frío y lejano. Es inaccesible y está poco dispuesta a recompensar todos los esfuerzos y sacrificios que se le dedican. Este amor es paradigmático en lo que se refiere a dar sus pruebas, ya que se sostiene y encuentra allí su fundamento.
En distintas oportunidades Lacan menciona al amor cortés como paradigma. Alrededor del significante de La Dama, el amor se torna poesía; efecto de creación. La mujer amada mientras tanto, permanece inalcanzable como objeto de goce. Dirá Lacan en el Seminario 20: “Es una manera muy refinada de suplir la ausencia de relación sexual fingiendo que somos nosotros los que la obstaculizamos.[2] No hay en este amor, ni certeza de ser amado, ni acceso a verdad alguna respecto al goce del Otro.
Cuando en cambio se toma como referencia la problemática del goce del partenaire, se abre otra dimensión del amor, quedando en evidencia su condición sintomática. Lacan se ocupó de destacar la exaltación amorosa en la neurosis obsesiva[3], como así también, a dar cuenta del lugar central del amor en la posición femenina: su forma erotomaníaca.[4] J.A. Miller, por su parte, ha señalado el carácter absoluto que entraña la demanda de amor en la mujer, su tendencia hacia el infinito a partir del hecho de que el Todo no está formado. El amor profundamente imbricado en el goce requiere que el Otro esté tachado, que algo le falte. Afirma Miller: “…el secreto del masoquismo femenino es la erotomanía, porque no es que él le pegue lo que cuenta, es que ella sea su objeto, que ella sea su pareja síntoma y tanto mejor si eso la devasta”[5].
Por otra parte, en R.S.I. Lacan se refiere a la mujer como síntoma de un hombre, abordando la cuestión en términos de creencia. “Se cree en ella en tanto puede decir algo, enunciar lo que se distingue como verdad o mentira…Uno le cree, es lo que se llama amor”.[6]
Amor y creencia se articulan aquí en el punto en el que se considera que la elección amorosa es descifrable, es decir, que tiene un sentido.
Si seguimos esta lógica, y en la medida que el amor de transferencia es condición para la puesta en forma del síntoma analítico podemos indicar la acción del analista como la de “hacer creer en el síntoma”. La creencia en juego concierne a un anudamiento entre inconciente y goce que instaura un espacio en el que la
verdad como causa producirá un nuevo sentido.
En nuestra época post moderna la declinación de la función paterna y la labilidad de los semblantes, nos confrontan con nuevos interrogantes a la hora de poner en juego la eficacia del dispositivo analítico.
Si el amor es susceptible de volverse líquido, podemos decir en cambio que la pulsión nunca es ligth y a falta de significantes Amo que lo orienten, el sujeto contemporáneo busca en experiencias de goce cada vez más extremas el modo de suplir aquello que detenga la fuga de sentido. ¿Pero es válido afirmar por eso que el amor ha muerto? Con esta pregunta comienza el argumento elaborado por la comisión científica. Lo que podemos constatar es que el amor ha cambiado sus condiciones para llegar a ser el medio que anude el goce del sujeto en un lazo con el Otro, y cuando se trata de la experiencia analítica lo crucial de ese lazo se juega en la articulación entre transferencia e interpretación. La práctica analítica no es una mantica y la interpretación importa por sus efectos corporizados, es decir allí donde alcanza a hacer resonar el goce ignorado por el sujeto. La última enseñanza de Lacan cuestiona la interpretación como una experiencia de verdad e introduce una perspectiva del psicoanálisis como una experiencia de satisfacción. Se trata entonces de la interpretación en la medida que tiene consecuencias, no por sus efectos de sentido, sino sobre el goce del sujeto. Aquí se juegan las encrucijadas del análisis y las citas con lo real que cada tramo de la experiencia convoca. Como saben este es el título de las próximas jornadas nacionales de la Eol a realizarse en Bs. As. el 24 y 25 de noviembre, y podemos decir que las jornadas que hoy compartimos en Santa Fe, se encuentran precisamente orientadas en esta perspectiva.
Lacan inventó un real propio al psicoanálisis. Un real que se alcanza a través de la contingencia del amor. Es por la contingencia que en un análisis se demuestra la imposible armonía con el goce, que se encontraba velada por los semblantes del amor. Así se arriba a una certeza, que no está dada por el acceso inefable a la revelación de una verdad, sino al goce más singular que habita en el síntoma del sujeto. ¿Qué forma de amor puede surgir de esta certeza producida en la experiencia analítica? Un amor que no es ilusión, sino decisión. Que no se basta en la ignorancia, sino en un deseo que tiene como horizonte el saber. Su invención, elaboración y demostración en el seno de una experiencia colectiva.
Lacan inventó un nuevo amor, y con su enseñanza nos ha legado las pruebas de su apuesta. Esperemos entonces que las jornadas de hoy constituyan también una apuesta, en la que cada uno brinde las pruebas de su interés por compartir el trabajo que debemos hacer para que el psicoanálisis siga siendo una alternativa para el malestar del sujeto contemporáneo.
[1] J. Lacan. “Seminario 3. Las Psicosis” Edit. Paidós. Bs. As. 1986, pag. 363.
[2] J. Lacan “Seminario 20. Aun” Edit. Paidós, Bs.As., 1986, pag. 85.
[3] J.Lacan “Seminario 10. La Angustia” Edit. Paidós, Bs.As., 2008, Clase del 26.06.63.
[4] J. Lacan “Ideas Directrices para un Congreso sobre la Sexualidad Femenina” en Escritos 2, Edit. Siglo XXI, Bs.As., 1987, pag. 711.
[5] J.A. Miller “El hueso de un análisis” Edit. Tres Haches, Bs.As., 1988, pag. 84.
[6] J. Lacan “Seminario 22. R.S.I.”, clase del 21/01/75. inédito.
